Dije adiós al vagabundo de Santa Teresita en el cruce, donde saltamos a tierra, y me fui a dormir a la arena envuelto en mi manta, lejos de la playa, al pie de un acantilado donde la bofia no pudiera verme y echarme. Calenté unas salchichas clavadas a unos palos recién cortados y puestos sobre una gran hoguera, y también una lata de judías y una de macarrones al queso, y bebí mi vino recién comprado y disfruté de una de las noches más agradables de mi vida. Me metí en el agua y chapoteé un poco y estuve mirando la esplendorosa noche estrellada, el universo diez veces maravilloso de oscuridad y diamantes de Avalokitesvara.
Los vagabundos del dharma, Jack Kerouac.
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